ANTECEDENTES

A mediados del siglo IV a.n.e., el filósofo griego Platón (ca. 427 – 347) hace que su maestro Sócrates (470 a.n.e. – 399 a.n.e.) relate en la República el regreso de la muerte de un hombre caído en combate, el soldado Er, natural de la región anatolia de Panfilia (gr. Παμφυλία ‘mezcla de tribus’). Deidades encargadas de juzgar el destino de los difuntos, le encomiendan volver a la vida terrenal para informar a los humanos de esta otra existencia inmaterial:

§ «[614b] —No es precisamente un relato de Alcínoo lo que te vaya contar, sino el relato de un bravo varón, Er el armenio, de la tribu panfilia. Habiendo muerto en la guerra, cuando al décimo día fueron recogidos los cadáveres putrefactos, él fue hallado en buen estado; introducido en su casa para enterrarlo, yacía sobre la pira cuando volvió a la vida y, resucitado, contó lo que había visto allá. Dijo que, cuando su alma había dejado el cuerpo, se puso en camino junto con muchas otras [c] almas, y llegaron a un lugar maravilloso, donde había en la tierra dos aberturas, una frente a la otra, y arriba, en el cielo, otras dos opuestas a las primeras. Entre ellas había jueces sentados que, una vez pronunciada su sentencia, ordenaban a los justos que caminaran a la derecha y hacia arriba, colgándoles por delante letreros indicativos de cómo habían sido juzgados, y a los injustos los hacían marchar a la izquierda y hacia abajo, portando por atrás letreros indicativos de lo que habían hecho. Al aproximarse Er, le dijeron que debía convertirse en [d] mensajero de las cosas de allá para los hombres, y le recomendaron que escuchara y contemplara cuanto sucedía en ese lugar. Miró entonces cómo las almas, una vez juzgadas, pasaban por una de las aberturas del cielo y de la tierra, mientras por una de las otras dos subían desde abajo de la tierra almas llenas de suciedad // y de polvo, en tanto por la restante descendían desde [e] el ciclo otras, limpias. Y las que llegaban parecían volver de un largo viaje; marchaban gozosas a acampar en el prado, como en un festival, y se saludaban entre sí cuantas se conocían, y las que venían de la tierra inquirían a las otras sobre lo que pasaba en el cielo, y las que procedían del cielo sobre lo que sucedía en la [615a] tierra; y hacían sus relatos unas a otras, unas con lamentos y quejidos, recordando cuantas cosas habían padecido y visto en su marcha bajo tierra —que duraba mil años—, mientras las procedentes del cielo narraban sus goces y espectáculos de inconmensurable belleza» [Platón, La República (370 a.n.e., lib. X, 614b-615a) 1988b: 487-488. N. B. Texto completo: lib. X, 614a-621b].

Con independencia de la veracidad o no del hecho narrado, el principio ontológico de la trascendencia e inmortalidad del ser ha estado presente en casi todas las culturas antiguas. La tradición funeraria egipcia, por ejemplo, contemplaba ya en los Textos de las Pirámides del Imperio Antiguo un repertorio mágico para asistir al faraón en su tránsito hacia los dominios celestes de Ra, que incluía un paso previo por la Dat o mundo (paralelo) de los muertos, el cielo inferior situado sobre el terrenal, antes de adquirir con posterioridad la condición de inframundo (o Duat).

Una amplia colección de Fórmulas (vocablos) para salir (a la luz) del día (o rw nw prt m hrw), más conocida en el presente como Libro de los muertos, proveía al difunto de una guía para atravesar la Duat y afrontar el Juicio de Osiris. Su corazón, símbolo de la vida y la consciencia, «sede de las emociones y del intelecto» (Lurker (1974) 1991: 74), era depositado en la balanza de la justicia, donde ejercía todo el contrapeso la pluma de la verdad, personificada por la antigua diosa Maat (Mȝˀt), trono esencial de la justicia, la virtud, el orden, la armonía divina y, a su imagen, también la mundana.

Recorridos y preceptos casi idénticos a los descritos en la célebre alegoría del carro que reportara Platón en su Fedro (ca. 370 a.n.e.) o que, en una época poco más o menos coetánea, el Kaṭha-upaniṣad del hinduismo abordó también en términos equivalentes, la travesía del ser que se reconoce como «alma viviente» y se abre paso hacia sí mismo hasta crearse en su espíritu:

§ «PRIMER ADHYAYA [‘capítulo’]
»TERCER VALLI [‘sección’]
»[…] [Verso] 3. Conoce el Ser que se sienta en el carro: su cuerpo es el carro, el intelecto el auriga, y la mente las riendas.
»4. Los sentidos son los caballos y los objetos dos los caminos que aquéllos toman. Cuando aquél (el Ser Supremo) está en perfecta unión con el cuerpo, los sentidos y la mente, los sabios llaman a ese estado la dicha Suprema.
»5. El que no comprende y cuya mente (las riendas del caballo) nunca está sujeta firmemente, jamás podrá dominar los sentidos, igual que los caballos de un auriga no pueden ser dominados por un cochero inexperto.
»6. Pero el que comprende y mantiene la mente firme, llega a dominar sus sentidos como los caballos dóciles de un auriga.
»7. El que no comprende, debido a su negligencia e impureza nunca llega a ese lugar, perdiéndose en la rueda de nacimientos.
»8. Pero el que comprende, aquel que es cuidadoso y siempre puro, alcanza en verdad ese lugar donde no se nace de nuevo.
»9. El que comprende a su auriga y sujeta las riendas de la mente, alcanza el fin de su viaje, que es el lugar más alto de Vishnú.
»10. Más allá de los sentidos están los objetos, más allá de los objetos está la mente, más allá de la mente está el intelecto y más allá del intelecto está el Gran Ser.
»11. Más allá del Grande está el Oculto, más allá del oculto está la Persona, Más allá de la Persona no hay nada: esta es la meta del Camino Supremo.
»12. Ese Ser permanece oculto en todos los seres, sin mostrar su brillo, mas es visto por los buscadores sutiles por medio de su agudo y sutil intelecto.
»13. El sabio debe dominar la voz de la mente; debe mantenerla en el interior del Ser, lo cual es el // Conocimiento; debe así mismo mantener el Conocimiento en el interior del Ser, lo cual es grandeza y debe mantener a ésta en el interior del Ser, lo cual es Serenidad […]» [Katha Upanisad (d. VI a.n.e.) I, 3 (3-13): 12-14].

Y así cabría citar una dilatada antología de tradiciones con las que cada cultura ha intentado comprender, aceptar y superar el decisivo trance de la muerte. Una coyuntura que en el ámbito ínsuloamaziq se vivía entre lamentos y tristezas rituales además de afectivos, aunque también con la serenidad de saber que sólo implica un cambio de estado, la cesación del confinamiento corporal y la recuperación de la naturaleza y las funciones sutiles del ser.

Jheronimus van Aken, el Bosco (1450-1516), Cuatro visiones del Más Allá.